Cuando actuamos de una manera determinada, esa acción
deja un efecto en otros, y por muy indiferente que pensemos que son nuestras
acciones para otros, no es así. Esto se acentúa con más fuerza cuando llegamos
a la paternidad o vivimos con niños, ya que ellos aprenden desde la imitación
(ya sea bueno o malo lo que estamos haciendo) y es cuando se manifiesta la
importancia de cómo estamos actuando frente al mundo.
Nuestra reflexión de aprendizaje en esta oportunidad
se centrará en el efecto residual que nuestras acciones dejan en otros y poder
ser una fuente de inspiración positiva para aquellos que deciden seguir
nuestros pasos, que, si haces la observación, te aseguro con alta probabilidad
que encontrarás a alguna persona que lo está haciendo en este momento.
Partiendo de esta base, podemos señalar que una de las
premisas que sustentan este punto, es lo dependientes que somos de los otros.
Sé que, en este punto, algunas personas piensan que no es así, pero sería
equívoco tener esta creencia, ya que este artículo que lees en este preciso
momento, lo estás haciendo porque una serie de personas lo hicieron posible (yo
incluido). Quizá, creerás que por ser algo impersonal no eres dependiente,
pero eso es solo un factor de nuestras relaciones humanas.
Teniendo en consideración nuestra necesidad imperante
de relacionarnos con los demás, aparece un punto de mayor consideración y esos
son los llamados “niños”, “el futuro del mundo”, “los reyes del ajedrez”, etc.
Ellos necesitan de nuestros cuidados cuando comienzan en la interacción con
este mundo y lo hacen con los medios que tienen disponibles. A medida que van
creciendo, estas necesidades van mutando (algunas nuevas aparecen, otras se
modifican y otras desaparecen), como también la forma de aprender sobre este
mundo. Una de estas maneras, es la imitación, aquella donde observa con
atención aquello que aparece delante suyo e intenta replicar esta experiencia
con una acción propia.
Aquellos que son padres o quienes viven con niños
deben prestar especial atención a este punto, el cual configura el futuro del
niño. Esto puede no resultar nuevo para nosotros, pero tampoco lo es lo mucho
que nos olvidamos de esto en lo cotidiano.
Podemos dar ejemplos de acciones cotidianas para
comprender de mejor modo este punto: un aspecto que siempre aparece en nuestras
relaciones sociales, es el comportamiento social, donde hemos llegado a
consensos con una serie de reglas a seguir. Claramente, no seguimos este
invisible protocolo al pie de la letra, pero sí nos esforzamos para no ser
excluidos del o los grupos a los que pertenecemos. Por eso, acciones como comer
con la mano, tiranos pedos delante de personas o actualmente no usar mascarilla
en lugares públicos constituyen faltas a estas reglas. Ahora, si tú llegaras a
hacer esto como algo “normal” o cotidiano delante de un niño, su forma de
aprendizaje no le permite dilucidarlo como algo negativo a nivel general, ya
que en su círculo esto es lo aceptado y lo “bueno”.
Lo preocupante de esto, es que, en la actualidad,
nosotros les damos un acceso casi indiscriminado a la tecnología a nuestros
niños, y es algo que cada vez se vuelve irrefrenable, ya que ellos nos ven a
diario varias horas al día en nuestras pantallas pasando tiempo de ocio,
trabajando, escuchando música, viendo películas o series, etc. Somos nosotros
los responsables de esta situación en particular y debemos hacer algo para
guiar de una manera más eficiente a quienes inspiramos.
Y no por señalar a los niños como los principales
imitadores o seguidores, significa que no existan adultos que respondan a este
comportamiento, como también el hecho de creer que tenemos una especie de
inmunidad ante esta situación y nos dé vía libre para actuar sin más.
Nuestras acciones son un legado que deja rastro en
aquellos que están observando de cerca. Por eso es tan importante que siempre
actuemos de manera correcta, limpia y transparente, para ser motivo de orgullo
e inspiración para quien sea el siguiente que porte la bandera que actualmente
izamos nosotros. Esa bandera flamea con fuerza en proporción de nuestra
dedicación y elegancia a la hora de emprender un camino, el cual, igual que nos
gusta ver la playa limpia cuando la visitamos, a los demás, en el futuro, les
quedará con satisfactoria alegría que su camino se revistió gracias a nosotros.
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